La última vez que estuve con El Gourd fue hace más dos años, pero aún recuerdo la efusividad con la que hablaba del Gnawa. Lo conocí por casualidad mientras caminaba una tarde por las calles de Tánger. En un momento determinado escuché notas jazzísticas que provenían de algún lugar cercano y desconocido. Dejándome llevar por aquellos sonidos me adentré en una pequeña plaza que albergaba un sugerente local. No pude reprimir mi curiosidad y entré en el recinto. Allí, entre instrumentos autóctonos y tazas de té moruno, encontré sentado a Abdellah Mallem Bulkhair.
Me presenté mientras me disculpaba por haber irrumpido en su casa de aquella abrupta forma mientras él, extendiendo su mano con naturalidad, me invitó a sentarme. No me conocía de nada ni yo a él pero, pasados dos minutos de cortesía, me invitó a un té y comenzó a relatarme con absoluta parsimonia que aquel ínclito lugar era la sede de una asociación para el culto al Gnawa y al jazz como formas de expresión artística hermanas.
Naturalmente, nuestra conversación fluyó con interés por parte de ambos y duró casi toda la tarde. El Gourd me explicó cuál había sido su trayectoria a lo largo de su vida como músico profesional, y me sorprendió gratamente cuando me mostró antiguas fotos participando en conciertos en los años sesenta del pasado siglo junto a estrellas de la talla de Archie Shepp o Randy Weston con los que ha tocado puntualmente durante más de tres décadas.
A la vez que tomábamos aquel caliente y delicioso té, Abdellah me mostró el instrumento con el que había tocado durante toda su vida: un viejo guembri que afinaba con gran pericia. Me hizo una pequeña demostración que me dejó perplejo: se trataba de un tipo de más de setenta años que mostraba un indudable talento a la hora de interpretar esas músicas que en el pasado se usaban para inducir al trance a personas con problemas psíquicos. Por mi parte, apenas conocía aquellas músicas, pero me embelesaron de tal modo que a partir de aquellos momentos soy un eterno seguidor de grupos y solistas afines a ella. Hablar para mí de Maahlem Hamid El Kasri o Tinariwen ya no es ninguna novedad como tampoco lo es escuchar a Archie Shepp junto al baterista Max Roach o a Randy Weston con Art Blakey. Es algo imprescindible e inevitable.
Sin embargo, desde aquella improvisada reunión mi concepto sobre el jazz contemporáneo ha cambiado sobremanera, aunque también pienso que si escuchamos a Marcus Miller tocando el Guembri con naturalidad o a Abdullah Ibrahim interpretando con reminiscencias Gnawa podemos decir sin miedo a equivocarnos que a ellos les ha ocurrido algo similar. ¡Guau, que pequeño es este mundo!
Olmo Harris