Se sabe que lo inconcebible, el mal absoluto, puede ser cierto. Y ello se debe en buena medida a que tiene más fuerza que lo que se deja llevar por la corriente, definición incuestionable del mal. Aceptar, claudicar, obedecer a ciegas, cumplir con el mandato de otros, seguir a la mayoría o a los poderosos: lo fácil coincide con el horror. Desde que se descubrieron los campos de concentración donde los nazis se aplicaron en exterminar a los judíos, ya se tuvo noticia de que la imaginación más truculenta está lejos de concebir lo peor. También se conoce el infierno del Gulag, donde el comunismo soviético se deshizo de sus enemigos. Todo eso forma parte de la historia del siglo XX.
Lo que hace Vasili Grossman en las más de mil páginas y 150 personajes que pueblan su monumental novela (y “monumental” en cualquier sentido que se quiera utilizar), es mostrar ese horror cuando se encarna en la experiencia concreta de las víctimas. Lo contó con tal maestría que su novela es una de las mayores piezas literarias que dan cuenta de los excesos de los totalitarismos y por extensión la que con mayor lucidez y profundidad han retratado el siglo XX.
“Vida y destino” es una obra maestra que, sin embargo, es casi desconocida en España. En los años ochenta se tradujo del francés y se publicó en Seix Barral, pero pasó inadvertida. La nueva versión de Marta Rebón que aparece ahora se convierte así en un acontecimiento. Este libro, finalizado en 1960, tiene su propia historia digna de ser novelada por lo que muestra de desmesura del poder dictatorial: Un año después de su terminación los funcionarios del KGB confiscaron todas las copias del manuscrito. El escritor murió en 1964 sin tener noticia de su obra. Hubo suerte: le había regalado una copia a un amigo, que la colgó de una percha bajo unos abrigos en su dacha. Se dice que fue Andréi Sájarov el que la descubrió. Consiguió que pasara en un microfilme a Suiza, donde se publicó por primera vez en los años ochenta.
Una nota sobre el autor: Vasili Grossman nació en Berdíchev en 1905. Sus padres se separaron. Su madre era judía y murió en manos de los alemanes en 1942 sin que su hijo pudiera hacer nada. Grossman trabajó como ingeniero químico en una mina. Cuando el ejército de Hitler invadió Rusia en 1941, se presentó para alistarse voluntario en el Ejército Rojo: lo rechazaron por enclenque. Unos meses después lo aceptaron como corresponsal de guerra. Salió de inmediato para el Frente Central, luego acompañó al 50º Ejército, le tocó contar lo que pasaba en Stalingrado y fue el primero en dar cuenta del horror del campo nazi de Treblinka.
Editorial: Galaxia Gutenberg Páginas: 1111 Año: 2007 |